viernes, 7 de noviembre de 2008




Colores de otoño.


El año llega al incendio... El otoño se enciende y en nuestra memoria empiezan a aparecer esos momentos inacabados... Esa vida que pasa por lo que pudo haber sido, y no fue... Época de melancolía... Pero el otoño también es...


Paso, camino hacia una nueva corriente, o hacia la misma con un curso del río nuevo.


Fase de preparación de todo lo bueno que resta por venir... en el año que se acerca.


Concentración en el objetivo marcado.


Comunicación con los que tienes más cerca.


Entendimiento.


Generosidad.


Humildad.


Pasión.


Deseo de acercamiento.


Brazos tendidos.


Manos abiertas.


Capacidad de escucha.


Conversación.






Confianza en el mañana...


Superación de límites...


Profundidad del espiritu...




El otoño es como renacer, como una segunda primavera y además, una multitud de colores en los árboles... aunque solo sea por éso, ya merece la pena.

domingo, 5 de octubre de 2008

martes, 23 de septiembre de 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

miércoles, 3 de septiembre de 2008

En algún jardín perdido de Kyoto.



Kyoto es una ciudad fetiche para mi. Si pudiera ir todos los días un par de veces para comer una bento y sentarme en una escalera de un Templo budista o Sintoista lo haría.
En algún jardín perdido de Kyoto te descalzas para entrar en él. Te recibe una señora japonesa de cierta edad y te dice konnichi-wa. Te invita a pasar con un gesto mezcla de comunión espiritual y asentimiento. Los japoneses, y las japonesas sobre todo, son extremadamente educados, hospitalarios, pulcros consigo mismo y limpios con el entorno.
Seguro que nuestra anciana te ofrece un té.
Accedes al Templo, mitad realidad, mitad incienso. Tus pupilas se nublan. La madera resuena aún cuando no llevas zapatos. El aire tiene una carga pesada de humedad, papel washi e historia. Y al fondo un panel con una ventana por la que, entre los rayos de la tarde de abril, aparece una rama modelada de arce de cinco puntas. Te giras y estás frente a una apertura que parece una puerta. Una escalinata de madera te conduce a una "alfombra de chanclas" de jardín perfectamente ordenadas. Te enfundas un par y sales a contemplar el rito japonés de comunión con la naturaleza. Para los habitantes de japón los hombres tienen alma, pero también los ríos, los lagos las montañas, las piedras, los animales y las plantas. Es interesante ver como en cada jardín se reproducen multitud de cuadros de la naturaleza. Parece como si en Japón se pintará el paisaje para recrear la propia naturaleza y mejorarla. Todo un reto. Siempre he dicho que la jardinería japonesa es la más avanzada del planeta, y aquí es cuando lo corroboras.
Pero lo mejor de todo esto es el sentimiento de paz infinito que me produce. Nunca he visto un entorno tan agradable para permanecer horas mirando la nada, ni siquiera los Jardines de Luxemburgo en París, o los banquitos del Real Sitio de la Granja. Kyoto es mucho Kyoto.
El agua corre y juega. Los arces y los Pinos tienen sus ramas perfectamente colocadas enmarcando la escena. Hay una señora anciana y su marido limpiando de semillas y hierbitas el musgo del jardín. Son voluntarios.
Respiro y me siento mejor. Nunca entenderé porqué no nos daría a todos por pensar en recoger hierbitas de forma voluntaria. Muchos de los problemas de este mundo se habrían acabado.
Acabo mi visita. Eduardo me sigue atónito. No esperaba esto. Pensaba que el jardín japonés eran cuatro piedras tiradas en el suelo. Sin embargo es la esencia de su cultura. Es la formula del éxito de la mayoría de las empresas niponas.
Salimos. Las maderas siguen crujiendo. Nos hablan desde los recuerdos de todos los jardineros que han pasado durante siglos por allí. Mi ilustre anciana nos dice adiós con cien reverencias. Yo hago lo propio. Me emociona. Salgo.
En la entrada millones de flores de ramas de cerezo, llorando, nos dicen adiós. Son las reverencias de la naturaleza.
En una semana llegué a ver 25 jardines japoneses. Espero que no dentro de mucho pueda sumergirme otra vez en ese mundo de incienso y musgo. Mi deseo para hoy es que todo el mundo pudiera contemplar algún día esas imagenes de abril pasado y pensaran que todo es posible si nos aferramos a ello con tesón, como se aferran mis jardineros japoneses a sus joyas.

sábado, 30 de agosto de 2008

¿por qué me gustan los cerezos?




Y después de hincharme a llorar pasemos a otras cosas...
... ¿por qué me gustan los cerezos? Desde pequeño también me encantan las flores. El olor, el color, su delicadeza, el cómo puede llegar a aparecer algo así de los vegetales,... Y los cerezos además producen una de las frutas que más me gustan... Y están profusamente llenos de flores cuando florecen, y lo hacen anunciando que santa primavera ya está aquí. Me embriaga la primavera -pero eso para otra entrada-.
Además España, que tanto me gusta, es tierra de cerezos, por ahora... Y luego está Japón, y ya os contaré de Japón... Pero los cerezos son únicos. En el Jerte, el del parque Maruyama o en el Jardín de mi madre. Esos cinco pétalos que se abren a millones para indicarnos que la vida que creíamos que se había ido, ha vuelto -soy un poco cursi, se me pegó algo en Francia que también me encanta-. Todos esos árboles al unisono con la misma nota... Todo como aviso: la vida pasa, ¡¡¡rápido!!! sal y vívela.
Y después de todo una imagen vale más que mil palabras, ¿...o no?





¿por qué el nombre blogdemanolín?

Siempre he recordado, desde muy pequeño, como me llamaban mis seres queridos, en especial mi padre. Ahora que tengo 40 años acabados de cumplir, todavía resuena en mi cabeza el eco de aquel diminutivo. Mi padre que ya no está, y al que va dedicada esta primera entrada, lo utilizaba frecuentemente. Poco antes de dejarnos lo seguía haciendo.
He utilizado esta fotografía de la corteza de un Pino blanco japonés, tomada en Kyoto, en el mes de abril pasado, que ilustrará la banda izquierda del blog. Los Pinos para los japoneses significan la longevidad y la vida eterna. Esa foto, la tomé un dos de abril solo en el parque del Palacio Imperial de Kyoto. Eran las séis y media de la mañana y estaba amaneciendo, el perezoso de Eduardo no estaba conmigo. En algún lugar de mi corazón ese día pensé en mi padre, y me emocioné. Hoy también pienso en él y me emociono. Imagino que seguirá siendo así el resto de mi vida. Me sirve de terapia. Me permite agradecer eternamente a mí padre el que yo esté escribiendo ésto aquí hoy. Gracias papá. Dónde estés sabenos muy tuyos. Esta historia del siglo XXI va en tu honor.
Un abrazo infinito -como solía decir mi amiga Irene-
Manuel Segura